miércoles, 7 de octubre de 2009

El asesinato de Gianni Versace: Relato de los años 90

Por Pablo Noel


El asesinato de Gianni Versace en Miami a manos del “taxi- boy” en decadencia Andrew Cunanan y el posterior suicidio de éste en una casa flotante, acorralado por la policía y sin alimentos, es la tragedia griega, o el drama shakesperiano, o la novela realista tipo s. XIX, o la Gran Novela Americana (aquella que con tanto afán han querido escribir los escritores norteamericanos del s. XX) de los años 90.
Comencemos por el más famoso de sus protagonistas y las cualidades que hicieron de él un hombre paradigmático de los ‘90.
Versace es símbolo del entrepeneur creativo que se transforma en millonario.
Versace es la cultura fashion, concepto que le puso el sello a esos años.
Sus diseños transgresores son otra característica típica de la estética noventista.
Versace es marca. Su nombre y apellido, gracias a la globalización y el marketing, se transfiguraron en marca. ¿Podríamos imaginar nuestra vida sin las marcas? Si Gianni Versace hubiese nacido en la Italia del Renacimiento su talento como diseñador de ropa le hubiese valido un puesto destacado en el gremio de los modistos, pero su fama no habría trascendido mas allá de los límites de su corporación o de personajes de palacio aficionados a la moda. Hoy la superproducción industrial, el capital, el marketing y la globalización económica pueden lograr que el nombre de un individuo de cualquier punto del planeta sea conocido por millones de personas a través de eso que llamamos marca.
Al ser la Firma en cuestión el nombre y apellido de alguien, esta historia muestra otra cualidad de la era: el individualismo.
Durante los ‘90 no nació ni se desarrolló la cultura gay que defendió con orgullo la identidad homosexual, sino en los años ochenta; pero la apertura y tolerancia sexual por las que se bregaron en los ’80 alcanzaron su máximo reconocimiento en la última década del siglo anterior. Versace y Cunanan fueron gays. Tal condición no fue tomada por el público espectador del suceso policial como algo escandaloso o inmoral, sino como un componente mas de sus personalidades.
¿Y dónde tiene lugar esta tragedia? En el país que marca el ritmo cultural del mundo: EEUU. Y sus actores son un europeo sofisticado y un descendiente de filipinos. EEUU como Nueva Roma que atrae a individuos del resto del mundo que desean ser ciudadanos de la “Metrópolis”. ¿Y en que sitio de EEUU? En Miami, ciudad clave de la última década del siglo XX. Si Londres fue el lugar donde pasaba todo en los ‘60, y la región de California la capital de los ‘70, y Nueva York la encarnación del estilo de vida ochentista, Miami fue los ‘90: por el “boom” de la cultura latina en EEUU y su influencia mundial; por ser Meca del turismo internacional gracias a la combinación de un clima y paisajes caribeños con la eficiencia norteamericana; por una estética urbana novedosa, de cierto aire posmoderno, que impuso los tonos color pastel en construcciones de líneas puras mechadas con residencias de estilo colonial español y grandes torres de apartamentos; en fin, por su carácter multirracial, que hace de ella el último escenario del “sueño americano”.
Este drama, como no podía ser de otro modo tratándose de los ‘90, es la historia del Winner y el Looser, conceptos que definen el espíritu de la época.
Y aquí entra en escena Andrew Cunanan. El hombre que no toleró convertirse en perdedor y al estallar emprendió una gira asesina que acabó con la vida de cinco personas, agregando así otro concepto importante que da un nuevo toque de modernidad a esta novela: el tipo criminal denominado Asesino serial
Por la reconstrucción que de su vida intentaron algunos medios de comunicación sabemos que nació y se crió en San Diego, California. Era hijo de una mujer católica y su padre, de origen filipino, fue durante varios años suboficial de la marina de USA. Poseía una gran memoria y, debido a la influencia religiosa de su madre, podía recitar sin equivocarse partes enteras de la Biblia. Fue el menor de cuatro hermanos. Y el preferido del padre. Cuando éste se enriqueció gracias a especulaciones financieras algo oscuras, la familia se mudo a un barrio caro y Andrew se acostumbró a un tipo de vida que sus hermanos no habían conocido hasta entonces. Fue enviado a un colegio privado y elitista, y más tarde su padre le regaló un auto deportivo. Pero su padre un día va a la quiebra y es procesado. Gran dolor para Andrew: el mundo tiembla bajo sus pies. Hay que regresar al antiguo barrio de clase media baja y su padre abandona el país y se instala en Filipinas.
Sus compañeros de estudios de aquella época han dicho que tenía una deseo obsesivo por la fama. En el anuario del colegio, en 1987, sus condiscípulos lo eligieron como “el que tiene mas posibilidades de ser recordado”. Vaya si lo logró. Su fotografía en esa revista muestra a un joven de tez morena sumamente buen mozo y seductor. Desde los 13 años había comenzado a frecuentar hombres mayores y a partir de cierto momento vive de sus benefactores.
Su madre dijo a la prensa: “Era un prostituto bien pagado”.
Conocidos suyos de la comunidad gay de San Diego dijeron que tenía miedo al amor; que era posesivo y dominante; que tenía celos de que sus ex amantes lo fueran entre sí. Y en referencia a su temperamento fue descrito como calculador, arrogante y vengativo.
“Si vos sos Versace, yo soy la reina de Inglaterra”, dijo Cunanan que le respondió a alguien que se presentó como tal una noche de 1990 en una Disco de San Francisco.
Nunca pudo establecerse si llegaron a conocerse.
En 1997 A.C. tiene veintisiete años y luce gordo. Decadencia del “taxi-boy”. Vacío. Sensación de que los años pasaron y su vida fracasó.
Resentimiento por no haber sido.
El “looser” vengará su frustración en el ganador, antes de segar la vida de cuatro seres.
La mañana del 15 de julio de 1997, poco después de las 7, Gianni Versace, de 50 años, nacido en Reggio Calabria, Italia, regresaba a pie a su mansión en el lujoso barrio de South Beach luego de haber desayunado y comprado los diarios. Andrew Cunanan esperaba por él. Cuando el diseñador subía las escalinatas de entrada a la casa, el gigoló se acercó hasta él y le disparó dos veces en la nuca. Un gran charco de sangre quedó pintado en las escaleras, que a las pocas horas serían lugar de ofrenda para miles de admiradores espontáneos que quisieron dar un ultimo adiós al genio.
“Lo que sí se es que no fue un acto de violencia al azar”, dijo el jefe de policía de Miami, Richard Barreto. Y agregó: “Creo que lo tenía en la mira”.
Cunanan era uno de los fugitivos mas buscados de los Estados Unidos. Se lo consideraba autor de cuatro asesinatos cometidos en Minnesotta, Chicago y N. Jersey.
400 agentes del FBI lo buscaban por todo el país.
Sus amigos de San Diego relataron que había organizado una fiesta de despedida porque pensaba mudarse a San Francisco, pero antes de instalarse allí -según les dijo- debía atender unos asuntos en Minnessota. Compró un pasaje de avión solo de ida hasta esa ciudad con su tarjeta de crédito que casi rebasaba el límite. Allí asesinó el 25 de abril a su ex novio, David Madson, arquitecto de 33 años, y a su pareja, Jeffrey Trail, de 27. Este fue ultimado a martillazos en la cabeza y su cadáver fue descubierto envuelto en una alfombra en el departamento de Madson, quien fue hallado muerto junto al lago East Rush. A bordo del jeep rojo de Madson Cunanan llegó a Chicago. Allí torturó, asesinó y desvalijó a Lee Miglin, conocido hombre de negocios de la ciudad de 72 años. El 9 de mayo, en N. Jersey, le quitó la vida a William Reese, cuidador del cementerio local, de un balazo en la cabeza y con el fin de robar su camioneta.
El FBI lo bautizó “el hombre de las mil caras” debido a su capacidad para cambiar de aspecto, lo que dificultó su captura. Se repartieron ocho fotografías suyas donde se demostraba su habilidad para cambiar de apariencia. Sabían que también podía estar camuflado bajo ropas femeninas, debido a su actividad, que muchas veces lo obligaba a hacerlo para satisfacer a sus clientes.
Una semana antes de asesinar a Versace empeñó una de las 4 monedas de oro que le había robado al millonario Miglin en Chicago. En un acto descabellado para un fugitivo presentó su pasaporte, firmo con su nombre y puso su huella dactilar en el contrato de empeño.
Se suicidó el 23 de Julio.
Se disparó en la cara con la misma pistola con la que asesinó a Versace.
La casa flotante donde se había refugiado estaba vacía y pertenecía a un empresario alemán de apellido Reineck, propietario de un club frecuentado por el ambiente homosexual, quien se encontraba fugado de su país por fraude fiscal.
Lo había descubierto allí el guardián de la residencia, quien avisó a la policía luego de haber visto a un extraño.

Agentes del grupo S.W.A.T., luego de lanzar gases lacrimógenos y otros químicos, entraron en la casa flotante.
Cunanan yacía en el piso, muerto.

Gianni Versace, quien fuera definido por amigos y colaboradores como un chico grande, dejó un imperio económico valuado en U$S 500.000.000.
“Sus desfiles eran diversión y Rock’n Roll”, dijo Cindy Crawford, uno de los iconos del modelo de belleza femenina de los ‘90.
“Ya desde los 15 años caminaba con la seguridad de que sabía que iba a ser famoso”, comentó a la prensa el alcalde de su pueblo natal.
Lady Di, quien acudió a su funeral en la Catedral de Milán y que pronto se convertiría en mito a causa de otra célebre tragedia, dijo: “Estoy devastada por la pérdida de un grande y talentoso individuo”.
Su cuerpo fue cremado y sus cenizas están en una urna ubicada en un mausoleo a orillas del lago Como, en el norte de Italia, donde poseía una residencia en la que recibía a figuras del jet-set.
En la que fuera su mansión de estilo español de South Beach funcionará próximamente un Spa.
Esta historia no necesitó de la imaginación ni el genio de un Shakespeare, o de un Stendhal, o de un Balzac, o de un Scott Fitzgerald, o de un director de cine brillante para ser contada al mundo como reflejo sensible de una época, ya que fue narrada y comentada por los mass-media casi en tiempo real.
Es que las ficciones que representan simbólicamente nuestro tiempo son escritas por la Realidad.


Fin.

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